VAMPIROS REALES

VAMPIROS REALES

miércoles, 23 de junio de 2010

VAMPIROS SEXUALES


Los vampiros, como cualquier otra manifestación de la no-muerte dentro de las leyendas populares, son seres con una intensa voluntad sexual; la cual no siempre es manifestada mediante una búsqueda de saciedad erótica. Es decir, casi todas las actividades asociadas a los vampiros poseen un simbolismo fuertemente sexual, virtud que les ha valido una permanencia incuestionable en las leyendas modernas, dejando detrás de sí, una hueste innumerable de seres míticos olvidados.



Colmillos.

Curiosamente, los famosos colmillos que todos imaginamos cuando pensamos en vampiros, son de invención tardía, y puramente literaria. Estéticamente, son parte inseparable de la iconografía vampírica, pero pensando en términos más funcionales, los colmillos afilados son absolutamente inadecuados para la función que se les atribuye.

La primera aparición de los colmillos asociados a la figura del vampiro proviene de la novela Varney, el Vampiro, publicada en 1840. Antes de aquella intrusión estética, los mitos populares aseguraban que los vampiros tenían dos métodos de alimentación, ambos asociados al sexo, pero en las antípodas de la seducción.



Seducción.

El vampiro literario seduce, somete, y luego se alimenta. El orden es más o menos el mismo en toda la literatura vampírica; y allí reside la fórmula de su éxito. El vampiro masculino somete de tal manera a sus víctimas, que casi siempre da la impresión de que son ellas las que finalmente se entregan. Nunca hay violencia, ni asaltos en contra de la voluntad de la víctima, sino una especie de danza de seducción que finalmente acabará con una entrega total. Aquí encontramos el primer símbolo sexual en la cultura vampírica: el sometimiento.

El abandono absoluto de la mujer ante los embates persuasivos del vampiro debe verse como una máscara del sexo. Entregar la propia vida es una especie de sublimación del acto sexual, especialmente dentro de esa inabarcable abstracción que es la mente femenina. Nos explicamos:

La cuestión es sencilla y efectiva dentro del simbolismo, pero pueril y abstrusa cuando tratamos de conceptualizarla; en todo caso, el símbolo puede reducirse a la siguiente fórmula: en el acto sexual, es la mujer la que se abandona, no hablamos aquí de sometimiento, sino de abandono, de confianza. La mujer que se entrega sexualmente está otorgando un don, permite al hombre acceder a las delicias de su cuerpo sin ofrecer resistencia, siempre y cuando el hombre haya cumplido ciertos pasos relacionados al cortejo, el cual es, el hombre, sinónimo de “conquista”, y para la mujer de “descubrimiento”. El hombre busca conquistar, busca someter, doblegar las resistencias femeninas. El vampiro, como espejo del hombre, actúa de la misma manera: se alimenta de la víctima sólo cuando ésta yace subyugada ante él.



De las Curiosidades del Sexo.

El enemigo más conocido de los vampiros es, indudablemente, el ajo. Curiosamente, la tradición del uso de ajo en contra de los vampiros tiene un carácter intensamente sexual. Volvemos a explicarnos (o a intentarlo):

Las primeras menciones al ajo como remedio anti-vampiros datan de la edad media. Se colocaban en puertas y ventanas, es decir, en aquellos lugares por los cuales se espera una intrusión en el hogar. Ahora bien, el ajo no podía ser colocado arbitrariamente: la tarea era ejercida por la mujer fértil más anciana del hogar (la cual, generalmente, no superaba los 35 años) durante el período de menstruación.

Hoy sabemos que cuando varias mujeres fértiles conviven en el mismo hogar, sus ciclos menstruales tienden a unificarse, es decir, con el tiempo, comienzan a sincronizar sus períodos unas con otras; razón por la cual, hoy podemos entender que la utilización del ajo tenía como finalidad aplacar el aroma femenino, el cual; según una doble lectura del mito, actuaba como una especie de afrodisíaco irresistible para los vampiros, o para aquellos que se hacían pasar por vampiros.

Ya hemos tocado, en nuestro olvidable Razas de Vampiros, muchos de los símbolos sexuales asociados al vampirismo, por lo que preferimos no caer una redundancia descarada. Razón por la cual, daremos cuenta de algunas referencias curiosas dentro de ese vasto e inestimable corpus llamado La Rama Dorada:

Cierto vampiro de Bavaria posee, como muchos de nosotros, la saludable tradición de masturbarse. Ahora bien, esto no se traduce en un problema, aún cuando la solitaria actividad se llevase a cabo dentro de un ataúd, el problema consiste en que este vampiro se provoca una erección sólo para pasar a devorar su propio miembro, hábito que no recomendamos al lector curioso.

En ciertas zonas de Valaquia, se adoptaba un curioso método para ahuyentar a un vampiro lujurioso, aunque su ejecución sólo podía realizarla una mujer, como ya veremos. Al parecer, las damas de aquellos rústicos parajes, eran educadas en el uso de sus propias vaginas como método repelente. Según afirma Frazer, los vampiros de Valaquia huyen espantados ante la visión del sexo femenino, e incluso, el compilador agrega que cuanto más velluda sea la mujer, existen mayores posibilidades de ahuyentar a la pérfida bestia.

Situación diferente se daba en la Galia Sisalpina, en dónde los vampiros temían la visión de las dotes viriles de los mancebos; aunque suponemos que el rumor nace de la soberbia de los propios mancebos de aquella zona.

Los vampiros son y serán símbolos del sexo, cada época los ha investido de distintos matices, pero detrás de esa vestimenta se esconde un sólo ícono, un espejo en el cual podemos, en ocasiones, reflejarnos.